Diferencia entre revisiones de «Notas a propósito de vida, trabajo y estudio y el real sentido contemporáneo de la hospitalidad como forma de vida cotidiana en la Ciudad Abierta»

De Amereida
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Ante tal realidad resuena, pues, la pregunta ¿Podrá darse ya no «cambiar el mundo» –que ocurre de un modo distinto al previsto por Marx– ni tampoco el «cambiar la vida» –que trae consigo el horizonte de frontera– señalado por Rimbaud, sino este «cambiar de vida» fundándose en la vida misma que se pretende mudar?  
 
Ante tal realidad resuena, pues, la pregunta ¿Podrá darse ya no «cambiar el mundo» –que ocurre de un modo distinto al previsto por Marx– ni tampoco el «cambiar la vida» –que trae consigo el horizonte de frontera– señalado por Rimbaud, sino este «cambiar de vida» fundándose en la vida misma que se pretende mudar?  
  
Sin entrar a considerar el fen6ómeno técnico en lo que tiene o tenga de más propio –por ejemplo, algo ya antiguo, la ley de «puesta en cuestión incesante»– tratemos de recoger en la plenitud de su luz cuanto se nos aparece opaco bajo el nombre de «uniformización». Intentemos, desde allí, arrojarnos al cambio de vida que, posiblemente, ella misma nos provoque,  
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Sin entrar a considerar el fen6ómeno técnico en lo que tiene o tenga de más propio –por ejemplo, algo ya antiguo, la ley de «puesta en cuestión incesante»– tratemos de recoger en la plenitud de su luz cuanto se nos aparece opaco bajo el nombre de «uniformización». Intentemos, desde allí, arrojarnos al cambio de vida que, posiblemente, ella misma nos provoque, convocándonos. <u>Si es que somos capaces de discernir en la uniformización un llamado y no un resultado que se nos cae o se nos viene encima.</u> Es decir, si podemos salirnos del cua­dro clásico de acción y reacción para descubrir la vía invi­tante. –propia de la fiesta y distinta de la guerra, como lo canta Amereida:
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para estimar para tan sólo barruntar la paz que propone el poema de la que habla, hacia la cual intenta hablar, hay que medir de antemano la amplitud y la profundidad de la guerra. Lo diferente, lo otro, hay que reconocerlo cabalmente de antemano. Lo cual quiere decir, sin paro, no existe. Así como decimos en nuestra lengua hablada, para desestimar a un hombre o a una dificultad, «eso no existe». Lo diferente es para nosotros aquello que exige ser anonadado –mihi delendum– exigencia que sólo dice adecuadamente el adjetivo verbal latino «sima», amenaza, horrible, literalmente. Hay que reconocer esto: no concedemos, de hecho, nada al otro. Por ejemplo, nada a las demás naciones. La menor diferencia es del todo por el todo, ellos son un error total, insoportable su manera de hablar sus dialectos, de comer, de vestirse. Ellos deben ser destruidos. Esto se impone desde el momento en que la cosa se pone seria. La tolerancia es una afectación, una astucia. Más a menudo una imbecilidad. Me parece que sólo a partir de una constatación tan fría puede, entonces, ser tanteada la insondable dificultad de la conversión radical a la que habría que mudarse para entrar en relación con la diferencia con vistas a la paz de la unión.
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El diálogo del que se habla sin cesar hoy en día, entre cualquiera y cualquier cosa, en cierto modo no ha comenzado. La traducción pide un esfuerzo superior al moral. Una disposición que no es fácil encarar.
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De la única forma de relación que nunca ha dejado de existir hasta nuestros días, en general, fueron obreras la violencia la guerra.
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Sólo es a pesar suyo que un término cualquiera entra en fusión con cualquier otro término. <u>La guerra es el único ardid de la unificación</u>.
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          <u>¿cómo cambiar esto?
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    cuando nada es vulgar, extraordinario o referido
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    el pan cotidiano – máscara muda –
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    la impropiedad común de la muerte
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                              fiesta ineludible
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    más que guerra</u>
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La vía invitante, propia de la fiesta que canta ''Amereida'' en vez de la guerra, se da en lo obvio de la vida. En palabras poéticas en el «pan cotidiano». El pan en tanto que es auténtica máscara o presencia o aspecto –real transparencia de mostrar lo que muestra y no otra cosa– de lo «común». ( La máscara oculta y nos dice y muestra simplemente qué oculta, es el rostro de lo oculto y no de algo que habría que descu­brirse después. Esto es mero disfraz.).
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Lo oculto es la no propiedad de la muerte, en cuanto ésta es realmente lo común y por ello, precisamente, la fiesta misma, el don, el pan. La muerte en cuanto «lo común» –aspecto de ese «común»– por serlo, abre la fiesta, de suyo, en vez de
  
 
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Revisión del 13:01 12 dic 2018

Notas a propósito de vida, trabajo y estudio y el real sentido contemporáneo de la hospitalidad como forma de vida cotidiana en la Ciudad Abierta
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TipoInédito
Edición
CiudadViña del Mar
Fecha05 febrero 1971
NotasPareciera ser la trascripción de una exposición hablada; se desconocen las circunstancias.

Por una reducción, tal vez exagerada pero cómoda para darnos a entender, puede caracterizarse la situación actual en que los seres humanos convivimos como dicotómica. La dicotomía obligada entre trabajo, modo de vida, estudio, compone las relaciones humanas con su acento peculiar. Muchos podrán no concordar con nuestra apreciación da la realidad, pero pocos podrán desmentir este hecho generalizado, hoy, sobre todo el planeta.

De un modo especial la poesía –en su sentido propio y extenso– y el pensamiento conllevan consigo la crisis, en su sentido real y no peyorativo, desde hace largo tiempo. Pero ocurre que los modos mismos de convivencia humana que relativa­mente parecían puestos al abrigo de tal crisis, se ven afectados, de más en más, por ésta. Tal crisis se manifiesta por el desnudamiento constante de cuantas paradojas puedan ser imaginadas sin reparo alguno. Lo religioso trata de no serlo a fin de serlo, la política cada vez desconoce más y mejor lo que es su propia salsa: el poder; la pseudo-poesía, para querer ser poesía, envidia y quiere desplazar al perio­dismo; la filosofía, para pretender serlo, se convierta de más en más en clases de.historia de filosofía; la ciencia se pone en cuesti6n as! misma desde el punto de vista moral; la moral, para serlo, ignora cada vez más el ethos; las artes para querer serlo se convierten en propaganda, etc., etc. Lejos de nosotros formular un juicio de valores. Nos basta anotar la situación critica y la desazón reinante doquier como síntoma inequívoco de un cambio.

Este cambio, desde hace muchas décadas anunciado fue formulado en todos los niveles y de muchos modos. Tomemos dos mane ras de formularlo. «Cambiar el mundo» como tarea, esta for­mulación se concentra en Marx. «Cambiar la vida», es la otra, señalada así por Rimbaud. Bretón trató de hacerlas equivalentes. Nosotros, en vista de los hechos y de la imposibilidad real de deshacer la dicotomía, propusimos: «Cambiar de vida».

¿Es posible esto a partir de la «vida» misma? Me explico.

¿Es esto posible a partir de algo que no es propiamente lo religioso, por ejemplo? Las formas más conocidas que inducen a un cambio real de vida son las que se requieren siempre en estado de frontera. Así en la frontera con cualquier posible «otro mundo» religioso – un más allá – la vida cambia y se ordena fundamentalmente de otro modo. La historia de las religiones tiene a la vista ese cambio de vida en los hombres situados en tal frontera. Puede decirse algo semejante de la vida militar cuya frontera es la intrínseca disponibilidad para la muerte. Y, hasta hace algún tiempo, podría pensarse que fuera así la vida del agricultor o frontera del hambre. Sin embargo, la nueva vida que hoy florece – viene de antiguo pe­ro florece, hoy en día, y se abre ya como un vértigo – es la que, en cierto modo, ordena, en todo el planeta, y ya otros, la Técnica. No influye para esta afirmación el hecho que en tal o cual parte se esté realmente desprovisto de ella. Se trata de que el «más allá religioso», la disponibilidad para la muerte militar, y la frontera del hambre, entre otras, se las han de haber con ella, principalísimamente. Lo quieran o no. Y en esta suerte, las formas generales de vida humana en la tierra tienden, quiérase o no, a uniformizarse, al menos en aquello que hasta hace un tiempo parecía lo distinto, lo necesariamente distinto.

Habría que preguntarse con más cuidado si lo que se llamó «ascenso de las masas» y lo que se llama hoy «opinión mundial» no tiene casi directa relación con el desarrollo peculiar de la Técnica. Y si la uniformizaci6n y confusión de distingos y planos, con la consiguiente desorientación, no sería, a su vez, aspecto fluido del fenómeno.

Por otra parte, parece difícil negar que la crisis se hace patente y se agudiza, doquier, en el mundo, al mismo tiempo que, más y más, parece resplandecer el acontecimiento científico-­técnico sobre la tierra y, quién sabe si no luego en otros planetas.

Lo cierto es que ante este hecho, a nuestro juicio irreversi­ble, muchos suponen y se afincan intelectualmente en la denuncia de una decadencia. En última instancia se entiende por tal, la supuesta pérdida del control humano en los aconteci­mientos que realiza el hombre, sea por la razón que sea. De allí vienen los «humanismos» modernos en todas sus gamas de izquierda, centro, derecha, de arriba o de abajo. –Otros pretenden y quieren transformarse en servidores confesos o in confesos del fenómeno técnico para situarse mejor –acomodar­se– en lo que presumen que es. A esto se ve ya reducida, poco a poco, la política. En verdad cualesquiera ideologías no pueden respecto de sí mismas, dejar de reconocer que ellas mismas se conjugan y se traman como un factor más –y no el rector– dentro del evento técnico mundial.

Ante tal realidad resuena, pues, la pregunta ¿Podrá darse ya no «cambiar el mundo» –que ocurre de un modo distinto al previsto por Marx– ni tampoco el «cambiar la vida» –que trae consigo el horizonte de frontera– señalado por Rimbaud, sino este «cambiar de vida» fundándose en la vida misma que se pretende mudar?

Sin entrar a considerar el fen6ómeno técnico en lo que tiene o tenga de más propio –por ejemplo, algo ya antiguo, la ley de «puesta en cuestión incesante»– tratemos de recoger en la plenitud de su luz cuanto se nos aparece opaco bajo el nombre de «uniformización». Intentemos, desde allí, arrojarnos al cambio de vida que, posiblemente, ella misma nos provoque, convocándonos. Si es que somos capaces de discernir en la uniformización un llamado y no un resultado que se nos cae o se nos viene encima. Es decir, si podemos salirnos del cua­dro clásico de acción y reacción para descubrir la vía invi­tante. –propia de la fiesta y distinta de la guerra, como lo canta Amereida:

para estimar para tan sólo barruntar la paz que propone el poema de la que habla, hacia la cual intenta hablar, hay que medir de antemano la amplitud y la profundidad de la guerra. Lo diferente, lo otro, hay que reconocerlo cabalmente de antemano. Lo cual quiere decir, sin paro, no existe. Así como decimos en nuestra lengua hablada, para desestimar a un hombre o a una dificultad, «eso no existe». Lo diferente es para nosotros aquello que exige ser anonadado –mihi delendum– exigencia que sólo dice adecuadamente el adjetivo verbal latino «sima», amenaza, horrible, literalmente. Hay que reconocer esto: no concedemos, de hecho, nada al otro. Por ejemplo, nada a las demás naciones. La menor diferencia es del todo por el todo, ellos son un error total, insoportable su manera de hablar sus dialectos, de comer, de vestirse. Ellos deben ser destruidos. Esto se impone desde el momento en que la cosa se pone seria. La tolerancia es una afectación, una astucia. Más a menudo una imbecilidad. Me parece que sólo a partir de una constatación tan fría puede, entonces, ser tanteada la insondable dificultad de la conversión radical a la que habría que mudarse para entrar en relación con la diferencia con vistas a la paz de la unión.
El diálogo del que se habla sin cesar hoy en día, entre cualquiera y cualquier cosa, en cierto modo no ha comenzado. La traducción pide un esfuerzo superior al moral. Una disposición que no es fácil encarar.
De la única forma de relación que nunca ha dejado de existir hasta nuestros días, en general, fueron obreras la violencia la guerra.
Sólo es a pesar suyo que un término cualquiera entra en fusión con cualquier otro término. La guerra es el único ardid de la unificación.


           ¿cómo cambiar esto?

donde
               ronda la fiesta

                      la simpatía sin
semejanzas


    cuando nada es vulgar, extraordinario o referido
    el pan cotidiano – máscara muda –
                                transluce
    la impropiedad común de la muerte
                               fiesta ineludible
                                             don
    más que guerra

La vía invitante, propia de la fiesta que canta Amereida en vez de la guerra, se da en lo obvio de la vida. En palabras poéticas en el «pan cotidiano». El pan en tanto que es auténtica máscara o presencia o aspecto –real transparencia de mostrar lo que muestra y no otra cosa– de lo «común». ( La máscara oculta y nos dice y muestra simplemente qué oculta, es el rostro de lo oculto y no de algo que habría que descu­brirse después. Esto es mero disfraz.).

Lo oculto es la no propiedad de la muerte, en cuanto ésta es realmente lo común y por ello, precisamente, la fiesta misma, el don, el pan. La muerte en cuanto «lo común» –aspecto de ese «común»– por serlo, abre la fiesta, de suyo, en vez de

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